Humanismo político:
Un concepto deslucido pero esencial.
Por: Gilberto Manuel Limón Corbalá
En el mundo político contemporáneo, el término «humanismo político» ha sido ampliamente utilizado, pero su significado se ha desvirtuado, muchas veces reducido a un eslogan carente de profundidad. Sin embargo, si volvemos a sus raíces filosóficas, podemos redescubrir su verdadero valor y entender por qué sigue siendo un concepto fundamental para construir una sociedad más justa y equitativa.
El humanismo político no es un invento reciente. De hecho, está profundamente arraigado en la tradición filosófica occidental y tiene sus raíces en el cristianismo. Este enfoque coloca a la persona humana en el centro de la reflexión política. Pero no hablamos de la «persona» en términos jurídicos o técnicos, como podría ser la persona física o moral, ni como un ente abstracto del mundo virtual. Hablamos de la persona como ser social y comunitario, cuyo valor no deriva de un cálculo racional destinado a maximizar beneficios individuales, sino de su propia esencia humana.
Aquí es donde el humanismo político se distancia radicalmente de otras corrientes ideológicas, como el socialismo o el populismo. Para estas últimas, el individuo a menudo se percibe como un mero engranaje en las fuerzas históricas o, en muchos casos, como un subordinado de los intereses del Estado. En contraposición, el humanismo político defiende que cada persona es autónoma y tiene un valor intrínseco, no por su utilidad para la comunidad política, sino simplemente por ser humana.
«El destacado pensador mexicano Efraín González Luna subrayaba que la persona no debe ser vista como un objeto del Estado ni como un individuo aislado. Por el contrario, el ser humano es un ente subsistente en sí mismo»
El destacado pensador mexicano Efraín González Luna subrayaba que la persona no debe ser vista como un objeto del Estado ni como un individuo aislado. Por el contrario, el ser humano es un ente subsistente en sí mismo, hecho a imagen y semejanza de Dios, lo que le confiere una dignidad única e inalienable. Este principio no admite distinciones por raza, credo o estatus social, ya que la dignidad humana no depende de estas características. De esta manera, el humanismo político no busca la eliminación de las desigualdades, sino el respeto mutuo entre los diferentes grupos sociales.
Además, una política verdaderamente humanista debe defender la vida en todas sus etapas, desde la concepción hasta la muerte natural. Este es un principio fundamental e irrenunciable. No se trata de matices o condicionantes; el respeto a la vida humana es incondicional y absoluto. La vida misma es un valor supremo, y cualquier intento de relativizarlo o condicionar su defensa socava los cimientos del humanismo político.
Por último, no debemos olvidar que, de manera natural e inalienable, toda persona tiene el derecho y el deseo de «buscar la realización de su destino».
Este derecho no puede ser coartado por ninguna autoridad ni ideología, ya que es inherente a la condición humana. De este principio deriva la importancia de las libertades individuales, que deben ser garantizadas y protegidas por cualquier sistema político que aspire a llamarse «humanista».
En conclusión, el humanismo político no es un concepto que deba ser usado a la ligera o como una mera herramienta retórica. Es una filosofía profunda y necesaria, que pone a la persona humana en el centro de la acción política, promoviendo el respeto, la dignidad y el valor de cada ser humano. En un mundo cada vez más dividido por ideologías extremas y polarizaciones, redescubrir y aplicar los principios del humanismo político es más urgente que nunca.
Este enfoque refleja un estilo más analítico y reflexivo, alineado con el propósito de exponer el concepto del humanismo político desde una perspectiva filosófica.
Gilberto Manuel Limón Corbalá
Fundador de LIDERARTIUM.COM
gilberto.limon@lideratium.com